Guna Waliggagwa

VERSIÓN EN ESPAÑOL

Fecha de publicación: 5/1/2023

BILER Y BURSOB

Baba y Nana crearon todo. Baba asentó las montañas e hizo correr los ríos de oro; Nana plantó los cerros e hizo correr los ríos de plata. Babdummad exclamó a la madre tierra, “¡Oloiiddirdili!”. Nandummad exclamó a la madre tierra, “¡Maniiddirdili!”. Se levantaron las olas del mar; las grandes aguas dividieron la tierra. Nacieron grandes islas, se alzaron cerros altos, cumbres enormes y montículos. Las grandes aguas sacudían furibundas el espacio, y donde se calmaban, surgían los llanos; donde las olas se estrellaban con ímpetu, aparecían las crestas altas de las montañas. Toda la madre tierra fue una masa acuosa, fangosa, lodosa. Era muy niña todavía.
La madre tierra empezó a endurecerse poco a poco, muy lentamente. Los cerros altos y bajos se robustecieron, se volvieron capaces de dar raíces recias a los árboles. Entonces la madre tierra se llamó nana Ologwadule. Luego se llamó Nabgwana.
Todavía no había árboles, no había plantas. Baba puso entonces un gran río de oro y Nana movió las aguas del río de plata. El río se llamó Dulasgundiwar. Luego Baba y Nana le cambiaron el nombre al río y se llamó Oloburgandiwar, Maniburgandiwar. Baba creó así esta tierra. Baba creó así Abiayala, Burganyala. Nació el burgan (bulagan = hierbas), y entonces floreció madre Ologwadule. La tierra abrió sus flores. Baba creó todo. Nana creó todo. Germinaron muchos tipos de maíz, de plátano, de yuca, de otoe, de camote. Vino todo. Tanto los árboles frutales como los que sirven para la construcción de las chozas o para curar. Todo llegó. El verdor envolvió el semblante de la madre tierra. El viento sopló muy dócil y se movieron las nubes. El mar agitó las aletas de los peces entre las rocas. El sol, la luna, las estrellas poblaron el cielo. Todo fue claro y luminoso. Por eso nuestros abuelos nos dicen que nada llegó en la oscuridad. Los astros, los hombres, todo llegó con la luz de Baba, con la luz de Nana. Ologwadule estaba ya madura, llena de hijos: los árboles, las plantas, los ríos, las piedras.
Ologwadule estaba preparada, vestida, enjoyada. Entonces Baba vio que faltaba alguien para defenderla, para cuidarla, para protegerla, para hacerla más productiva. Baba comenzó a buscarlo. Mientras Baba y Nana buscaban al defensor de Ologwadule, los truenos hacían vibrar el silencio apaciblemente, y desataban las corrientes de las aguas por las altas cordilleras. Todo era tranquilo. Los ríos rebasaban muy levemente sus caminos, sus aguas sólo cubrían las piedras y la arena de las orillas. Las aguas del río acarreaban las semillas; las aguas distribuían semillas de otoe, semillas de aguacate, de limón. El macho de monte, el saíno, el pavón correteaban sin miedo. La madre tierra estaba viva. De vez en cuando ella se estremecía suavemente; y el temblor de tierra también realizaba su trabajo. Sin causar daño y sin hacerse sentir, el temblor disminuía y aumentaba la masa de los valles, de los montículos, de las cimas de los cerros. El temblor nivelaba y acariciaba así a Ologwadule. Toda criatura conservaba y defendía su terreno y no se metía en el de otros. La madre tierra estaba equilibrada, porque sus hijos la hacían así.
Para cuidar a Ologwadule, Baba y Nana tenían que buscar a alguien que tuviera los sentimientos suyos, el espíritu de ellos. Baba buscó la mejor arcilla, el corazón de la arcilla, la arcilla roja, la arcilla blanca, la arcilla parda. Ocho tipos de arcilla. El varón debía tener el espíritu de Baba, el espíritu de Nana. La mujer debía tener el espíritu de Nana, el espíritu de Baba.
Vino Olonaiggabaler, y vino también Olonailasob. Baba y Nana ubicaron a los dos en un lugar tranquilo. Olonaiggabaler y Olonailasob tenían que trabajar, tenían que cuidar y proteger a Nabgwana. Eran los guardianes de la madre tierra y eran partes de ella misma. Baba y Nana les procuraron su espíritu. Fueron hechos de arcilla roja, de arcilla blanca, de arcilla parda. La arcilla une las comisuras, las separaciones, los tendones de la madre tierra; y así eran los dos. Así debía ser Olonaiggabaler, así debía ser Olonailasob. Todo lo que Baba y Nana habían dejado bajo su cuidado y protección, debían pasarlo, a su vez, a sus hijos y a los hijos de sus hijos; y así, hasta nosotros.
Olonaiggabaler y Olonailasob disfrutaban de toda la creación. Tanto los vientos como las aguas, las nubes, los animales les ayudaban a cuidar de la madre tierra.
Poco a poco, Olonailasob y Olonaiggabaler se olvidaron de Baba y Nana. El primer varón y la primera mujer enseñaron a sus hijos a hacer lo mismo. Olonaiggabaler y Olonailasob encubrieron así a Baba y a Nana y los ocultaron de sus hijos. Ellos no cumplieron con lo que Baba y Nana les habían encargado. Habían llegado para cuidar de los animales, de los árboles, del mar, de las estrellas… y no lo hicieron así. Entonces, toda la naturaleza se rebeló sobre nana Olobibbirgunyai. Los árboles, antes rectos y que daban sombra a los ríos, se retorcieron y sus hojas se secaron. Las hormigas, las arrieras, las tarántulas que trabajaban silenciosas abonando a la madre tierra, comenzaron a roer las hojas de las plantas, a picar y emponzoñar. Las aguas, que acarreaban semillas a mejores tierras o repartían el humus a lo largo de los ríos, se rompieron contra las peñas y arrancaron de cuajo los plátanos, los otoes, las yucas. Los vientos que empujaban muy dulcemente las crestas de las olas, se volvieron huracanes y borrascas que desolaron a Ologwadule, madre tierra.
Entonces Olonaiggabaler tomó otro nombre; se llamó Olobilibeler. Olonailasob también cambió de nombre, y se llamó Olobursob. Los dos atrajeron desastres, aunque no habían venido para eso. Habían venido a defender, a cuidar, a proteger, a hacer productiva a la madre tierra. Olobilibeler es el mismo Biler; y Olobursob es la misma Bursob.
Biler y Bursob tuvieron hijos. Llegaron entonces Gaana, Gussugga, Dobbegga, Inue, Ologunaliler. Grandes nelegan, hombres esclarecidos, pero que nacieron en la oscuridad, en el mal. Los hijos de Biler y Bursob empeoraron la situación de la madre tierra. Uno de ellos se dedicó a provocar a los monstruos marinos, atrajo a grandes animales y los hizo acercarse a las costas. Baba había dedicado las costas para los peces que alimentarían a los hombres; y a los monstruos los había puesto alejados de las costas, para que sirvieran de límite, de muro, de arrecife para que nada peligroso atemorizara a los varones y a las mujeres.
Otro de los hijos de Biler se dedicó a curar enfermos; y con él nació el engaño, el recoger de cualquier manera las medicinas, el modo de quitar mujeres a otros, el transformarse en otros seres utilizando gajos de árboles o distintos animales. Otro de los cinco hijos de Biler desató los temblores de tierra, los truenos, los terremotos. Los temblores ya no movieron apaciblemente ni igualaron con ternura a Nabgwana. Cayeron fuertes aguaceros, irrumpieron huracanes, terremotos de muerte, desbordamiento de ríos que mataban a mucha gente.
Biler se había hecho Baba, y enseñaba así a sus hijos. Nabgwana quedó desolada y desamparada, sola. Biler y Bursob sembraron el caos, vertieron sangre en la cara de Ologwadule. Biler y Bursob enseñaron a sus hijos a hacer lo mismo. Los hijos de Biler continuaron la obra de sus padres. Olobibbirgunyai, madre tierra, sufría.
Los hijos de Biler alteraron a las avispas, a las aves. Provocaron fríos intensos. Baba y Nana habían envuelto a Olobibbirgunyai con el calor como de una recién nacida en brazos de su mamá. Pero Ologunaliler, hijo de Biler, atrajo el frío y congeló a la madre tierra. Morían muchos animales; gemía Nabgwana.
“Yo soy Baba”, decía Biler a sus hijos. “Yo soy Nana”, decía Bursob a sus hijos. Cerraron así a sus hijos el camino para conocer al verdadero Baba, a la verdadera Nana.
El verdor que ceñía el rostro de Ologwadule se resecó.
Baba y Nana no podían tolerar por mucho tiempo el azote de Biler y Bursob a la madre tierra.
Gussugga, hijo de Biler, continuando los pasos de su padre y de sus hermanos, acrecentó el dolor de Nabgwana. Biler enseñaba a sus hijos la mentira; y decía: “Todo lo que ven ustedes, hijos míos, es mío. Todo me lo regalaron. A nadie debo, sino a mí mismo”. La tierra, el mar, los árboles, todo lo que vemos pasó a manos de Biler. Biler lo robó de las manos de Baba y de Nana. Ni Bursob ni Biler habían nacido para eso. Ellos tenían que defender y proteger la tierra. Tenían que cuidar y hacer producir a esta madre tierra. Tenían que contribuir a establecer la armonía entre todo lo creado por Baba y por Nana. Que ninguno robara el terreno de otro; que ninguno fuera más que otro, o menos que otro. Pero Biler y Bursob hicieron todo al revés. Todo fue caos. Las criaturas se volvieron contra los varones y las mujeres.
Los varones y las mujeres se multiplicaron. Nacieron bajo la ley de Biler y de Bursob. Gussugga, hijo de Biler, se burlaba de los ancianos. Gussugga había aprendido de su padre, Biler, y de su madre, Bursob, toda la maldad, el engaño, la burla, el odio. Gussugga cavaba la tierra, hacía grandes pozos y cubría los huecos con hojas secas, para que los ancianos, las mujeres y los niños se hundieran. Así moría mucha gente.
Otras veces tendía largos hilos atravesando el camino y ataba los pies de sus víctimas para burlarse de ellas, y reírse de su agonía. A la familia Biler le divertía el hambre de los demás y decían que ellos eran Baba y que no había más que ellos. Biler sabía que Baba y Nana les habían puesto sobre esta madre tierra con encargos muy precisos de protección, de trabajo, de armonía. Pero todo lo pisoteó. Bursob ya no se acordó de sus compromisos con Baba y Nana. “Baba me dio todo poder y toda autoridad sobre Nabgwana. Nana me lo regaló todo, y puedo hacer con eso lo que me dé la gana. Y yo se lo entrego para que se diviertan como quieran”, decía Biler a sus hijos, decía Bursob a sus hijos. “¿Quién nos va a reclamar? ¿Quién nos va a quitar esta madre tierra? Podemos hasta hacer otra mejor”.
Todos los rincones de Nabgwana sufrían la muerte. Biler y sus hijos sacudían a la madre tierra. Ellos hacían romper el llanto en los ojos de los ancianos, de los niños, de las mujeres. Nana Nabgwana, aún muy jovencita, gimoteaba en los rincones la muerte de sus hijos. Los machos de monte, los pájaros, el siggwi barube, el siggwi gogi, los conejos pintados, los ríos, las aguas sufrían la muerte. Donde rozaba la mano de Biler y de sus hijos nacían la muerte, la burla, la desesperación, la angustia. Ellos se habían adueñado de todo.
La naturaleza apelaba la tranquilidad de Baba y de Nana. Los truenos salían de sus guaridas. Cundía la oscuridad. Las nubes descargaban con rabia sus aguas. Biler y Bursob, su mujer, reforzados por sus hijos, buscaban cosas nuevas para dominar, someter y matar.
Tanto Inue como Ologunaliler y Dobbegga sacaban monstruos de sus confines y los ponían cerca de las costas, para que atacaran a los buenos hijos de nana Ologwadule.
Otras veces, levantaban grandes árboles (gwibasaglagan), tan enormes que metían terror a las ancianas, a los ancianos, a los niños. Gussugga bajaba a los niveles inferiores y profundos de la tierra, abría el seno de la tierra y trazaba caminos para estudiar otras maneras de matar, de meter miedo y de aterrorizar sobre la madre tierra. Hizo correr un gran río desde las profundidades de las capas inferiores de la tierra; y quería que por ese río salieran nuevos aliados suyos, que jugaran con ellos la muerte de la madre tierra, de Ologwadule. Era el río rojo de sangre, semejante al achiote diluido en agua. Río de sangre, río de muerte.
La alegría que Baba quería sobre la madre tierra se convirtió en miedo, en terror, en zozobra. Animales pequeños, que se despertaban piando en los brazos de Nabgwana, ahora se despertaban sobresaltados de pánico, de muerte. Una densa oscuridad cubría los montes, los valles y las llanuras. Los animales corrían llenos de miedo, y no se acercaban a las chozas.
Esta tierra que vemos ahora, Abiayala, fue campo de muerte. Biler, su mujer y sus hijos festejaban la muerte y el pánico de las criaturas de Baba y Nana. Los ancianos, las ancianas y los niños se sentían impotentes ante Biler y sus hijos. Los aguantaban, les tenían pavor. Gimoteaban; y no podían levantarse.
Las huellas de Baba, las huellas de Nana se llenaron de lodo, se llenaron de fango, se llenaron de alacranes; y nadie podía limpiarlas. Biler y sus hijos lo ensuciaban todo. Escupían sobre las cosas bellas que habían salido de las manos de Baba, de las manos de Nana. Los turbiones se desataban. Los tifones destrozaban a los hijos de la madre tierra. El ciclón negro y el ciclón amarillo devastaban los sembrados, destruían las cosechas, arrancaban de cuajo fuertes y hermosos árboles.
Biler, sus hijos y Bursob ganaban más aliados. Se aliaron con monstruos marinos, se aliaron con cocodrilos, se aliaron con ballenas, se aliaron con avispas atroces, con serpientes venenosas. Se aliaron, con un mismo odio a toda armonía y equilibrio.
Cuantos más años pasaban, más sangre corría. Biler, sus hijos, su mujer y sus aliados revelaban más azotes contra la madre tierra; descubrían nuevas maneras de meter miedo, de burlarse, de eliminar a los hijos buenos de la tierra.
La madre tierra lloraba, y la madre tierra era Nabgwana. Biler se sentía y se hacía Baba; y Bursob también seguía a su marido. Los hijos buenos de Ologwadule, cuando veían la muerte de sus hermanos, querían alzarse. Biler, sus hijos, Bursob y sus aliados se precipitaban sobre ellos con mayores tácticas de muerte, tácticas de engaño, tácticas de burla, de caos, de mentira.
Baba lo veía todo; Nana lo veía todo. Baba tomó entonces entre sus manos el látigo de oro; Nana tomó entre sus dedos el látigo de plata. Cuando Baba creó, formó y templó a la madre tierra, también la rodeó de protectores, la circundó de aliados. Baba y Nana lo habían previsto todo. Cuando Nabgwana lloraba, Baba ya había encontrado respuesta a sus lágrimas; ya Nana había encontrado respuesta a sus lágrimas.
Así como Biler y sus hijos bajaban a las capas inferiores de la tierra para aliarse con otras fuerzas contra los buenos hijos de Olobibbirgunyai, así también, junto a ellos, puso Baba su contra. Los gaubisaglagan, los uggurwarsaglagan tenían también su morada ahí. Pero alguien debía venir a despertarlos. Alguien debía decir a los hijos de Nabgwana que la familia Biler y sus aliados tenían muchas debilidades y podían ser vencidos.
Pasaron muchos años, pasaron muchos siglos, pasaron muchas muertes. La madre tierra pasó largos años de dolor, de lágrimas por sus hijos que caían bajo la furia y la diversión de Biler y sus aliados.
Entonces Baba y Nana hicieron surgir un grupo de hombres, hijos de la misma madre tierra; hijos de las lágrimas de Nabgwana, de Olobibbirgunyai.
Eran ocho hermanos. Los ocho hermanos nacieron muy pobres, nacieron muy abandonados. Nacieron sin mamá; porque la mamá había sido tragada por los aliados de Biler. Los ocho hermanos eran: Olowaibibbiler (Ibeler), Oller, Olowigabibbiler, Olosunnibeler, Uudur (Buudur), Ologailibibbiler (Ologwadgwaddule), Bugasui (Igwaoginyabbiler), Olowagli (Olodagigiyai).
Los ocho hermanos crecieron resistiendo con la madre tierra. Crecieron bajo el dolor que causaban Biler, Bursob, su mujer, sus hijos y aliados. Los ocho hermanos supieron leer las pisadas de Baba, las pisadas de Nana. Las huellas que había enlodado la familia de Biler. Los ocho hermanos supieron distinguir lo que Baba había querido que fueran los hombres. Los ocho hermanos recogieron las lágrimas de la madre tierra. Los ocho hermanos se levantaron para devolver la alegría a todo lo creado. Eran hermanos muy unidos, y por eso pudieron defender la tierra. Ellos crecieron muy pobres, suspirando bajo el terror de la familia de Biler. Las abuelas sapos fueron sus tutoras. Y las ancianas sapos los engañaron cuando eran niños, haciéndoles creer que eran sus mamás. Pero ellos mismos lucharon contra la mentira. Los hermanos, los ocho hermanos decían: “Baba ha creado hermosa a Nabgwana; nos ha dado miles de hermanos: toda la naturaleza es nuestra hermana. Nana hizo correr por el cuerpo de la madre tierra las aguas de plata de Burgandiwar. Baba hizo viva a Ologwadule; Nana la hizo ufana, con miles de pájaros que aleteaban por las mañanas, saludándola con sus cantos y silbos”.
Nuestros saglagan cantan que los ocho hermanos encontraron a Nabgwana llorando por los rincones, llorando a sus hijos muertos. Y a los ocho hermanos les dolió fuerte ese dolor de su madre. Y ése dolor les llegó hasta las fibras más hondas de sus corazones. La mujer, la única mujer entre los ocho, alentó a sus hermanos; y ella también luchó para liberar a la madre tierra, para devolver las riquezas a Ologwadule. Y hubo una lucha muy grande. Y vencieron los ocho hermanos. Así nos lo han contado y así lo decimos.

Bibliografia

Wagua, A. (2011). En defensa de la vida y su armonía. Elementos de la espiritualidad guna. Textos del babigala. Gunayala: Proyecto EBI Guna / Fondo Mixto Hispano Panameño.



BILER Y BURSOB
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