BILER Y BURSOB
Baba y Nana crearon todo. Baba asentó las montañas e hizo correr
los ríos de oro; Nana plantó los cerros e hizo correr los ríos de
plata. Babdummad exclamó a la madre tierra, “¡Oloiiddirdili!”.
Nandummad exclamó a la madre tierra, “¡Maniiddirdili!”. Se
levantaron las olas del mar; las grandes aguas dividieron la tierra.
Nacieron grandes islas, se alzaron cerros altos, cumbres enormes y
montículos. Las grandes aguas sacudían furibundas el espacio, y
donde se calmaban, surgían los llanos; donde las olas se estrellaban
con ímpetu, aparecían las crestas altas de las montañas. Toda la
madre tierra fue una masa acuosa, fangosa, lodosa. Era muy niña
todavía.
La madre tierra empezó a endurecerse poco a poco, muy
lentamente. Los cerros altos y bajos se robustecieron, se volvieron
capaces de dar raíces recias a los árboles. Entonces la madre tierra
se llamó nana Ologwadule. Luego se llamó Nabgwana.
Todavía no había árboles, no había plantas. Baba puso entonces un
gran río de oro y Nana movió las aguas del río de plata. El río se
llamó Dulasgundiwar. Luego Baba y Nana le cambiaron el nombre
al río y se llamó Oloburgandiwar, Maniburgandiwar. Baba creó así
esta tierra. Baba creó así Abiayala, Burganyala. Nació el burgan
(bulagan = hierbas), y entonces floreció madre Ologwadule. La
tierra abrió sus flores. Baba creó todo. Nana creó todo.
Germinaron muchos tipos de maíz, de plátano, de yuca, de otoe, de
camote. Vino todo. Tanto los árboles frutales como los que sirven
para la construcción de las chozas o para curar. Todo llegó. El
verdor envolvió el semblante de la madre tierra. El viento sopló
muy dócil y se movieron las nubes. El mar agitó las aletas de los
peces entre las rocas. El sol, la luna, las estrellas poblaron el cielo.
Todo fue claro y luminoso. Por eso nuestros abuelos nos dicen que
nada llegó en la oscuridad. Los astros, los hombres, todo llegó con
la luz de Baba, con la luz de Nana. Ologwadule estaba ya madura,
llena de hijos: los árboles, las plantas, los ríos, las piedras.
Ologwadule estaba preparada, vestida, enjoyada. Entonces Baba
vio que faltaba alguien para defenderla, para cuidarla, para
protegerla, para hacerla más productiva. Baba comenzó a buscarlo.
Mientras Baba y Nana buscaban al defensor de Ologwadule, los
truenos hacían vibrar el silencio apaciblemente, y desataban las
corrientes de las aguas por las altas cordilleras. Todo era
tranquilo. Los ríos rebasaban muy levemente sus caminos, sus
aguas sólo cubrían las piedras y la arena de las orillas. Las aguas
del río acarreaban las semillas; las aguas distribuían semillas de
otoe, semillas de aguacate, de limón. El macho de monte, el saíno,
el pavón correteaban sin miedo. La madre tierra estaba viva. De
vez en cuando ella se estremecía suavemente; y el temblor de tierra
también realizaba su trabajo. Sin causar daño y sin hacerse sentir,
el temblor disminuía y aumentaba la masa de los valles, de los
montículos, de las cimas de los cerros. El temblor nivelaba y
acariciaba así a Ologwadule. Toda criatura conservaba y defendía
su terreno y no se metía en el de otros. La madre tierra estaba
equilibrada, porque sus hijos la hacían así.
Para cuidar a Ologwadule, Baba y Nana tenían que buscar a
alguien que tuviera los sentimientos suyos, el espíritu de ellos.
Baba buscó la mejor arcilla, el corazón de la arcilla, la arcilla roja,
la arcilla blanca, la arcilla parda. Ocho tipos de arcilla. El varón
debía tener el espíritu de Baba, el espíritu de Nana. La mujer debía
tener el espíritu de Nana, el espíritu de Baba.
Vino Olonaiggabaler, y vino también Olonailasob. Baba y Nana
ubicaron a los dos en un lugar tranquilo. Olonaiggabaler y
Olonailasob tenían que trabajar, tenían que cuidar y proteger a
Nabgwana. Eran los guardianes de la madre tierra y eran partes de
ella misma. Baba y Nana les procuraron su espíritu. Fueron hechos
de arcilla roja, de arcilla blanca, de arcilla parda. La arcilla une las
comisuras, las separaciones, los tendones de la madre tierra; y así
eran los dos. Así debía ser Olonaiggabaler, así debía ser
Olonailasob. Todo lo que Baba y Nana habían dejado bajo su
cuidado y protección, debían pasarlo, a su vez, a sus hijos y a los
hijos de sus hijos; y así, hasta nosotros.
Olonaiggabaler y Olonailasob disfrutaban de toda la creación.
Tanto los vientos como las aguas, las nubes, los animales les
ayudaban a cuidar de la madre tierra.
Poco a poco, Olonailasob y Olonaiggabaler se olvidaron de Baba y
Nana. El primer varón y la primera mujer enseñaron a sus hijos a
hacer lo mismo. Olonaiggabaler y Olonailasob encubrieron así a
Baba y a Nana y los ocultaron de sus hijos. Ellos no cumplieron
con lo que Baba y Nana les habían encargado. Habían llegado para
cuidar de los animales, de los árboles, del mar, de las estrellas… y
no lo hicieron así. Entonces, toda la naturaleza se rebeló sobre
nana Olobibbirgunyai. Los árboles, antes rectos y que daban
sombra a los ríos, se retorcieron y sus hojas se secaron. Las
hormigas, las arrieras, las tarántulas que trabajaban silenciosas
abonando a la madre tierra, comenzaron a roer las hojas de las
plantas, a picar y emponzoñar. Las aguas, que acarreaban semillas
a mejores tierras o repartían el humus a lo largo de los ríos, se
rompieron contra las peñas y arrancaron de cuajo los plátanos, los
otoes, las yucas. Los vientos que empujaban muy dulcemente las
crestas de las olas, se volvieron huracanes y borrascas que
desolaron a Ologwadule, madre tierra.
Entonces Olonaiggabaler tomó otro nombre; se llamó Olobilibeler.
Olonailasob también cambió de nombre, y se llamó
Olobursob. Los dos atrajeron desastres, aunque no habían venido
para eso. Habían venido a defender, a cuidar, a proteger, a hacer
productiva a la madre tierra. Olobilibeler es el mismo Biler; y
Olobursob es la misma Bursob.
Biler y Bursob tuvieron hijos. Llegaron entonces Gaana,
Gussugga, Dobbegga, Inue, Ologunaliler. Grandes nelegan,
hombres esclarecidos, pero que nacieron en la oscuridad, en el mal.
Los hijos de Biler y Bursob empeoraron la situación de la madre
tierra. Uno de ellos se dedicó a provocar a los monstruos marinos,
atrajo a grandes animales y los hizo acercarse a las costas. Baba
había dedicado las costas para los peces que alimentarían a los
hombres; y a los monstruos los había puesto alejados de las costas,
para que sirvieran de límite, de muro, de arrecife para que nada
peligroso atemorizara a los varones y a las mujeres.
Otro de los hijos de Biler se dedicó a curar enfermos; y con él nació
el engaño, el recoger de cualquier manera las medicinas, el modo
de quitar mujeres a otros, el transformarse en otros seres
utilizando gajos de árboles o distintos animales.
Otro de los cinco hijos de Biler desató los temblores de tierra, los
truenos, los terremotos. Los temblores ya no movieron
apaciblemente ni igualaron con ternura a Nabgwana. Cayeron
fuertes aguaceros, irrumpieron huracanes, terremotos de muerte,
desbordamiento de ríos que mataban a mucha gente.
Biler se había hecho Baba, y enseñaba así a sus hijos. Nabgwana
quedó desolada y desamparada, sola. Biler y Bursob sembraron el
caos, vertieron sangre en la cara de Ologwadule. Biler y Bursob
enseñaron a sus hijos a hacer lo mismo. Los hijos de Biler
continuaron la obra de sus padres. Olobibbirgunyai, madre tierra,
sufría.
Los hijos de Biler alteraron a las avispas, a las aves. Provocaron
fríos intensos. Baba y Nana habían envuelto a Olobibbirgunyai con
el calor como de una recién nacida en brazos de su mamá. Pero
Ologunaliler, hijo de Biler, atrajo el frío y congeló a la madre
tierra. Morían muchos animales; gemía Nabgwana.
“Yo soy Baba”, decía Biler a sus hijos. “Yo soy Nana”, decía Bursob
a sus hijos. Cerraron así a sus hijos el camino para conocer al
verdadero Baba, a la verdadera Nana.
El verdor que ceñía el rostro de Ologwadule se resecó.
Baba y Nana no podían tolerar por mucho tiempo el azote de Biler
y Bursob a la madre tierra.
Gussugga, hijo de Biler, continuando los pasos de su padre y de sus
hermanos, acrecentó el dolor de Nabgwana. Biler enseñaba a sus
hijos la mentira; y decía: “Todo lo que ven ustedes, hijos míos, es
mío. Todo me lo regalaron. A nadie debo, sino a mí mismo”. La
tierra, el mar, los árboles, todo lo que vemos pasó a manos de Biler.
Biler lo robó de las manos de Baba y de Nana. Ni Bursob ni Biler
habían nacido para eso. Ellos tenían que defender y proteger la
tierra. Tenían que cuidar y hacer producir a esta madre tierra.
Tenían que contribuir a establecer la armonía entre todo lo creado
por Baba y por Nana. Que ninguno robara el terreno de otro; que
ninguno fuera más que otro, o menos que otro. Pero Biler y Bursob
hicieron todo al revés. Todo fue caos. Las criaturas se volvieron
contra los varones y las mujeres.
Los varones y las mujeres se multiplicaron. Nacieron bajo la ley de
Biler y de Bursob. Gussugga, hijo de Biler, se burlaba de los
ancianos. Gussugga había aprendido de su padre, Biler, y de su
madre, Bursob, toda la maldad, el engaño, la burla, el odio.
Gussugga cavaba la tierra, hacía grandes pozos y cubría los huecos
con hojas secas, para que los ancianos, las mujeres y los niños se
hundieran. Así moría mucha gente.
Otras veces tendía largos hilos atravesando el camino y ataba los
pies de sus víctimas para burlarse de ellas, y reírse de su agonía. A
la familia Biler le divertía el hambre de los demás y decían que
ellos eran Baba y que no había más que ellos. Biler sabía que Baba
y Nana les habían puesto sobre esta madre tierra con encargos
muy precisos de protección, de trabajo, de armonía. Pero todo lo
pisoteó. Bursob ya no se acordó de sus compromisos con Baba y
Nana. “Baba me dio todo poder y toda autoridad sobre Nabgwana.
Nana me lo regaló todo, y puedo hacer con eso lo que me dé la
gana. Y yo se lo entrego para que se diviertan como quieran”, decía
Biler a sus hijos, decía Bursob a sus hijos. “¿Quién nos va a
reclamar? ¿Quién nos va a quitar esta madre tierra? Podemos
hasta hacer otra mejor”.
Todos los rincones de Nabgwana sufrían la muerte. Biler y sus
hijos sacudían a la madre tierra. Ellos hacían romper el llanto en
los ojos de los ancianos, de los niños, de las mujeres. Nana
Nabgwana, aún muy jovencita, gimoteaba en los rincones la
muerte de sus hijos. Los machos de monte, los pájaros, el siggwi
barube, el siggwi gogi, los conejos pintados, los ríos, las aguas
sufrían la muerte. Donde rozaba la mano de Biler y de sus hijos
nacían la muerte, la burla, la desesperación, la angustia. Ellos se
habían adueñado de todo.
La naturaleza apelaba la tranquilidad de Baba y de Nana. Los
truenos salían de sus guaridas. Cundía la oscuridad. Las nubes
descargaban con rabia sus aguas. Biler y Bursob, su mujer,
reforzados por sus hijos, buscaban cosas nuevas para dominar,
someter y matar.
Tanto Inue como Ologunaliler y Dobbegga sacaban monstruos de
sus confines y los ponían cerca de las costas, para que atacaran a
los buenos hijos de nana Ologwadule.
Otras veces, levantaban grandes árboles (gwibasaglagan), tan
enormes que metían terror a las ancianas, a los ancianos, a los
niños. Gussugga bajaba a los niveles inferiores y profundos de la
tierra, abría el seno de la tierra y trazaba caminos para estudiar
otras maneras de matar, de meter miedo y de aterrorizar sobre la
madre tierra. Hizo correr un gran río desde las profundidades de
las capas inferiores de la tierra; y quería que por ese río salieran
nuevos aliados suyos, que jugaran con ellos la muerte de la madre
tierra, de Ologwadule. Era el río rojo de sangre, semejante al
achiote diluido en agua. Río de sangre, río de muerte.
La alegría que Baba quería sobre la madre tierra se convirtió en
miedo, en terror, en zozobra. Animales pequeños, que se
despertaban piando en los brazos de Nabgwana, ahora se
despertaban sobresaltados de pánico, de muerte. Una densa
oscuridad cubría los montes, los valles y las llanuras. Los animales
corrían llenos de miedo, y no se acercaban a las chozas.
Esta tierra que vemos ahora, Abiayala, fue campo de muerte. Biler,
su mujer y sus hijos festejaban la muerte y el pánico de las
criaturas de Baba y Nana. Los ancianos, las ancianas y los niños se
sentían impotentes ante Biler y sus hijos. Los aguantaban, les
tenían pavor. Gimoteaban; y no podían levantarse.
Las huellas de Baba, las huellas de Nana se llenaron de lodo, se
llenaron de fango, se llenaron de alacranes; y nadie podía
limpiarlas. Biler y sus hijos lo ensuciaban todo. Escupían sobre las
cosas bellas que habían salido de las manos de Baba, de las manos
de Nana. Los turbiones se desataban. Los tifones destrozaban a los
hijos de la madre tierra. El ciclón negro y el ciclón amarillo
devastaban los sembrados, destruían las cosechas, arrancaban de
cuajo fuertes y hermosos árboles.
Biler, sus hijos y Bursob ganaban más aliados. Se aliaron con
monstruos marinos, se aliaron con cocodrilos, se aliaron con
ballenas, se aliaron con avispas atroces, con serpientes venenosas.
Se aliaron, con un mismo odio a toda armonía y equilibrio.
Cuantos más años pasaban, más sangre corría. Biler, sus hijos, su
mujer y sus aliados revelaban más azotes contra la madre tierra;
descubrían nuevas maneras de meter miedo, de burlarse, de
eliminar a los hijos buenos de la tierra.
La madre tierra lloraba, y la madre tierra era Nabgwana. Biler se
sentía y se hacía Baba; y Bursob también seguía a su marido. Los
hijos buenos de Ologwadule, cuando veían la muerte de sus
hermanos, querían alzarse. Biler, sus hijos, Bursob y sus aliados se
precipitaban sobre ellos con mayores tácticas de muerte, tácticas de
engaño, tácticas de burla, de caos, de mentira.
Baba lo veía todo; Nana lo veía todo. Baba tomó entonces entre sus
manos el látigo de oro; Nana tomó entre sus dedos el látigo de
plata. Cuando Baba creó, formó y templó a la madre tierra, también
la rodeó de protectores, la circundó de aliados. Baba y Nana lo
habían previsto todo. Cuando Nabgwana lloraba, Baba ya había
encontrado respuesta a sus lágrimas; ya Nana había encontrado
respuesta a sus lágrimas.
Así como Biler y sus hijos bajaban a las capas inferiores de la tierra
para aliarse con otras fuerzas contra los buenos hijos de
Olobibbirgunyai, así también, junto a ellos, puso Baba su contra.
Los gaubisaglagan, los uggurwarsaglagan tenían también su morada
ahí. Pero alguien debía venir a despertarlos. Alguien debía decir a
los hijos de Nabgwana que la familia Biler y sus aliados tenían
muchas debilidades y podían ser vencidos.
Pasaron muchos años, pasaron muchos siglos, pasaron muchas
muertes. La madre tierra pasó largos años de dolor, de lágrimas
por sus hijos que caían bajo la furia y la diversión de Biler y sus
aliados.
Entonces Baba y Nana hicieron surgir un grupo de hombres, hijos
de la misma madre tierra; hijos de las lágrimas de Nabgwana, de
Olobibbirgunyai.
Eran ocho hermanos. Los ocho hermanos nacieron muy pobres,
nacieron muy abandonados. Nacieron sin mamá; porque la mamá
había sido tragada por los aliados de Biler. Los ocho hermanos
eran: Olowaibibbiler (Ibeler), Oller, Olowigabibbiler, Olosunnibeler, Uudur
(Buudur), Ologailibibbiler (Ologwadgwaddule),
Bugasui (Igwaoginyabbiler), Olowagli (Olodagigiyai).
Los ocho hermanos crecieron resistiendo con la madre tierra.
Crecieron bajo el dolor que causaban Biler, Bursob, su mujer, sus
hijos y aliados. Los ocho hermanos supieron leer las pisadas de
Baba, las pisadas de Nana. Las huellas que había enlodado la
familia de Biler. Los ocho hermanos supieron distinguir lo que
Baba había querido que fueran los hombres. Los ocho hermanos
recogieron las lágrimas de la madre tierra. Los ocho hermanos se
levantaron para devolver la alegría a todo lo creado. Eran
hermanos muy unidos, y por eso pudieron defender la tierra. Ellos
crecieron muy pobres, suspirando bajo el terror de la familia de
Biler. Las abuelas sapos fueron sus tutoras. Y las ancianas sapos
los engañaron cuando eran niños, haciéndoles creer que eran sus
mamás. Pero ellos mismos lucharon contra la mentira. Los
hermanos, los ocho hermanos decían: “Baba ha creado hermosa a
Nabgwana; nos ha dado miles de hermanos: toda la naturaleza es
nuestra hermana. Nana hizo correr por el cuerpo de la madre tierra
las aguas de plata de Burgandiwar. Baba hizo viva a Ologwadule;
Nana la hizo ufana, con miles de pájaros que aleteaban por las
mañanas, saludándola con sus cantos y silbos”.
Nuestros saglagan cantan que los ocho hermanos encontraron a
Nabgwana llorando por los rincones, llorando a sus hijos muertos.
Y a los ocho hermanos les dolió fuerte ese dolor de su madre. Y ése
dolor les llegó hasta las fibras más hondas de sus corazones. La
mujer, la única mujer entre los ocho, alentó a sus hermanos; y ella
también luchó para liberar a la madre tierra, para devolver las
riquezas a Ologwadule. Y hubo una lucha muy grande. Y
vencieron los ocho hermanos. Así nos lo han contado y así lo
decimos.